CAPÍTULO
7
-¿Así es como vamos a acabar, Hans…? –Zack había perdido cualquier
atisbo de brillo en sus ojos. Habían perdido la esperanza. Después de perder a
su familia, su casa… Solo se tenían el uno al otro.
-Zack… -Abrazó fuerte a su hermano. –Quiero que sepas que te quiero muchísimo. Gracias por haber cuidado siempre
de mi…
-Hans… -El moreno se sorprendió, y se pusieron ambos a llorar,
abrazados el uno al otro esperando su fatídico final. Ya no les quedaba nada,
estaban solos. Y entonces… Entonces, dejaron de sentir como la lluvia les
golpeaba. Alzaron la vista muy lentamente y se encontraron con la mirada de una
chica realmente bajita que sostenía un enorme paraguas. Era curioso verla.
Tenía una larga melena de color azul intenso y tenía unos ojos pequeños y del
color del más puro de los bosques. La miraban con atención.
-¿Qué hacéis ahí? Os vais a resfriar. Iros a casa. –Su voz era
seria y apenas mostraba el menor atisbo de preocupación. Sin embargo, ese gesto
les enterneció.
-No… no tenemos casa. No tenemos un sitio a dónde ir. Por eso… estamos
aquí. –El moreno hablaba de forma mecánica.
La chica se agachó para mirarles
directamente a los ojos. Más o menos tendrían su edad, pero estaba claro que
eran más altos que ella. Uno era moreno, el otro rubio. El moreno tenía los
ojos verdes y el rubio, azules. Pero aun así, se parecían muchísimo. Y algo en
ellos le llamó la atención. En los ojos de ambos se vio reflejada. Hacía poco
que ella misma había perdido a su familia. De un modo u otro, le dieron algo de
pena.
-Entonces… venid a mi casa. Al menos hasta que deje de llover. No puedo
dejaros aquí… -sacó un paraguas enano de su bolso y les tendió el grande
que estaba sosteniendo hasta entonces.
Los chicos se miraron sin poder
creerlo. ¿No iban a morir…?
La chica se puso de pie, musitó un
leve “seguidme” y no volvió a hablar hasta que llegaron a su casa. Los dos
hermanos no dejaban de mirarle, sintiendo una gran curiosidad.
Cuando llegaron al apartamento,
ella dejó las bolsas de la compra que estaba cargando y fue a buscarles un par
de toallas para que se secaran. Se quitaron los zapatos y les enseñó dónde
estaban las duchas.
-Cuando terminéis, id a esa habitación. –Señaló una habitación del
fondo del pasillo. -Hay algo de ropa de
mi padre, supongo que algo os podrá servir. Luego ya veremos que hacemos, pero
lo primero es una ducha bien caliente.
Cada uno fue hacia una ducha, pero
siguieron en contacto por telepatía. No dejaban de sorprenderse por la suerte
que habían tenido de encontrar a alguien que, al menos, les había resguardado
de la lluvia, les había ofrecido una ducha caliente y ropa limpia y seca. Y lo
más importante, les había salvado de morir ahí mismo.
Mientras se duchaban, la chica
empezó a cocinar algo. Se notaba que hacía días que esos chicos no comían nada.
Sin embargo, sus acciones eran mecánicas. Desde que había tenido que presenciar
la muerte de sus padres hacía ya dos meses a manos de las brujas, no había
vuelto a ser la misma. Lloró mucho ese día y siguió llorando hasta el día del
entierro. Y luego, no lloró más. Sencillamente, no quedaban más lágrimas ahí
dentro. Pero se había vuelto más fría. Sus ojos no mostraban expresión ninguna.
Y lo peor, no había vuelto a sonreír, había olvidado cómo se hacía y sentía que
no tenía motivos para ello.
Al poco rato, oyó como las puertas
de los baños se abrían, al unísono. Se dirigieron a la habitación para vestirse
y ella se concentró en terminar de cocinar.
Salieron y se dirigieron con paso
lento a dónde estaba ella, que acababa de poner la mesa en ese momento. Les
había preparado un auténtico banquete, había de todo. Los chicos abrieron mucho
los ojos y se les hizo la boca agua solo con ver la mesa.
-Venga, sentaos, que no muerdo. Comed lo que queráis. ¿Cuántos días
hace que no coméis nada…? –El rubio levantó una mano y mostró tres dedos. –Eso es terrible. Pues venga, a comer. Se
sentó en la mesa en silencio mientras comía tranquila. Por su parte, los
gemelos casi devoraban la comida. No sabían si era porqué llevaban tanto sin
comer o porque realmente estaba rico, el caso es que devoraron casi todo lo que
había en la mesa a una velocidad de vértigo. La chica se sorprendió.
-¡Sí que teníais hambre…! –se levantó de la mesa y se sentó en el
sofá, haciéndoles un gesto a los chicos para que se sentaran cerca. –Bueno… Ahora, ¿vais a contarme qué ha
sucedido? Creo que es lo mínimo, después de… todo, vaya.
Los hermanos se miraron y
asintieron a la vez. El moreno empezó a relatar la historia.
-Nos llamamos… Hans y Zack Hanzo. Somos gemelos. Hace dos semanas nos
fuimos a dar un paseo, jugando por los bosques, lo normal. Al volver a nuestra
casa, estaba todo destrozado. Todo fuera de sitio, todo roto, desordenado… el
más tremendo de los caos. La policía ya estaba ahí y nos decían que no podíamos
pasar. ¡Pero era nuestra casa! Nos dejaron esperando fuera durante una hora. El
inspector vino a buscarnos y nos dijo que el estado en el que había quedado
nuestra casa no era el único desastre. Toda nuestra familia había muerto,
asesinada. Insistimos con que queríamos verlo por nosotros mismos. El inspector
se resignó, pero accedió. Nos guió hasta la habitación de nuestros padres y… -el
moreno no pudo seguir hablando, se le cortó la voz.
-Los cuerpos de nuestros padres y de nuestra hermanita pequeña yacían
en el suelo, inertes, fríos y encharcados en su propia sangre… -siguió
hablando el rubio, gimoteando. –No
podíamos creerlo. Caímos al suelo de rodillas y nos quedamos un buen rato
abrazados el uno al otro llorando… El policía nos preguntó si teníamos a algún
familiar que pudiera hacerse cargo de nosotros, y dijimos que si, porqué
realmente lo pensábamos. Varios hermanos de nuestra madre vivían por la zona.
Pero, cual fue nuestra sorpresa al ver que todos y cada uno de nuestros tíos y
tías nos cerraban la puerta en las narices, diciéndonos que su muerte era
nuestra culpa… -el rubio empezó a sollozar, sin poder hablar más.
-¡Nuestra propia familia nos abandonó… -Al moreno le costaba
controlar la voz. -Desde entonces,
vagamos por las calles, tan solo esperábamos nuestro final y… -miró a la
chica, sinceramente agradecido- y
entonces has aparecido tú.
La chica les miró con curiosidad.
Lentamente se levantó del sillón y les miró muy sería. Puso una mano en sus
hombros.
-Nunca hay que perder la esperanza chicos. En algún lugar, siempre
habrá alguien que se preocupe por vosotros, no estáis solos. Yo ahora cuidaré
de vosotros, así que… No perdáis la esperanza, Zack y Hans Hanzo.
Les abrazó para tratar de
confortarles, pero se emocionaron tanto por aquello que se echaron a llorar,
abrazándola y dándole las gracias. Se quedaron abrazados los tres hasta que se
calmaron. Luego les señaló la misma habitación dónde se habían vestido antes.
-Chicos, ha sido un día largo y cansado para todos, mejor nos vamos a
dormir pronto. Por hoy, dormid ahí, mañana ya empezaremos a movernos. Pero creo
que los tres necesitamos un descanso. Dormid bien, hermanos Hanzo.
Salió de la cocina lentamente y se
metió en una de las habitaciones para dormir. Los chicos, sorprendidos, se
fueron a la habitación. Al meterse en la cama, empezaron a llorar de felicidad,
y así se durmieron.
Hans abrió los ojos. “Yo tampoco
olvidaré nunca ese día…” Al fin, consiguió dormirse, con una sonrisa tranquila
en su rostro.
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